Esa tarde vino a contarme otras historias. Se sentó muy cerca de mí y quedó por un rato en silencio. Parecía meditar, como si diese algún tipo de orden a su relato. Me contó de algunas brujas vulgares que llevan la noche metida debajo de sus faldas. Al imaginarme aquello, no pude evitar sonreír. Entonces se detuvo y me miró seriamente. Luego prosiguió con la historia.
Ellas; me dijo, siempre llevan todo lo oscuro, las muecas y las burlas junto a sus arrugas. Llevan los gritos de los que ya no están, las sonrisas perdidas de los melancólicos. Ciertamente se dedican a coleccionar los dolores de muchos desahuciados, y los propios, son ventanas que flotan en sus pupilas. Ellas cargan un sol triste, casi apagado en el centro de un corazón inmóvil, profundamente negro. Sobre los hombros descansan sueños ajenos, y guardan en frascos partidos inocencias robadas. En las noches de sus rituales, leen en las plantas de sus pies los relatos del verdugo, miran los caminos más alejados, escuchan las oraciones de quienes escapan y sienten los miedos del perseguido. Los años de la infancia cuelgan en collares en forma de muñecas mutiladas. Yo una vez las vi rodeando el árbol oculto, riendo como niñas, mirando el cielo como enamoradas...
Yo me mantenía en silencio escuchando e imaginando todo lo que me contaba. Noté que miraba sus manos como si leyese en ellas todo lo que me iba diciendo. Le pregunté si algún día podría dibujarlas a ellas. Me respondió que no sabía con certeza si era posible definir la forma de sus cuerpos, que jamás sabrá cómo lucen sus rostros, cómo son sus miradas. Me confesó que ellas le dijeron que también vendrían una noche a contarme historias, que me conformara con eso. Yo le respondí que no era necesario llenarme la habitación de miedos y pesadillas; yo mismo me las arreglaba con mis hallazgos tenebrosos. Me dijo que hace mucho tiempo ellas fueron hermosas y dieron su pureza a la ira, al caos y a toda clase de destrucción.
Le pregunté si alguna vez ellas fueron felices, si alguna vez amaron a alguien. Me miró incrédulo, casi sonriendo, y me respondió que no sabía si ellas tenían algún tipo de comienzo en sus historias. Ellas no podían albergar el día en sus vidas, sólo la noche y el frío era la piel enferma de sus esencias. Una vez las vio llevando tinajas a un río y ayudaron a bañarse a un hombre en las orillas. Desnudaban sus pechos extasiadas ante aquel hombre extraño y reían a carcajadas. El hombre daba saltos en el agua y se convertía en caballo, luego volvía a su forma humana. Cuando terminaron de bañarlo lo secaron con sus harapos, lo escondieron en las tinajas y se fueron en procesión hasta que las perdí de vista.
Finalizó el relato revelándome su secreto: Ellas componen mantras infinitos, escriben plegarias moribundas sobre esferas transparentes, y dibujan en sus espaldas paraísos anhelados con sus lágrimas.
Excelente relato. MUY BUENO INICIO.
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