I
Pude llegar ileso hasta el último umbral sin necesidad de pronunciar su nombre. Luego me puse a mirar tranquilamente la luz que aun resplandecía, pues su estrella brillaba lejos. Siempre es la primera en asomarse en el firmamento y la última en desaparecer.
II
Hay historias que uno deja para contar de último o sólo es pretexto para no contarlas. En su momento contaré la mía desde la primera pesadilla, quizá en un intento por darle orden y no dejarla gravitando en mi memoria como una estrella moribunda. Comenzaré por algunas de las que Doña Lucía siempre ha tenido dispuestas para cada momento. Estoy seguro de que todo lo que cuenta deja una huella imborrable en las personas. Me ha dicho cosas como que a los enemigos hay que mirarlos a los ojos fijamente, tenerlos bien medidos; que los espejos que no queremos mirar hay que enfrentarlos a una hora determinada. Siempre me aconseja que debo estar atento y echar un vistazo en las esquinas oscuras por si alguien está asechando, no importa si uno tiemble de miedo. Una vez conversamos solos en el patio y me dijo que antes de ciertos combates hay que caminar mucho en soledad, para conocerse desde lo más profundo, no vaya a ser que cuando se mire por primera vez a los ojos del oponente, uno se pierda sin darse cuenta.
― En la casa no se le ocurra decir su nombre, ―me decía Doña Lucía―; a ése se le dice “el bicho ese”, pero cuando uno lo tenga enfrente, se le llama tal cual, por su nombre, sin ningún miedo.
Y así lo hizo ella. Con el valor de mil hombres concentrado en el pecho de una frágil anciana, enfrentó esa noche a un hombre que la apuntaba con un cuchillo. Justo en ese momento él se manifestó al lado del hombre que la amenazaba. Él por su parte la miró con su sonrisa macabra, sacándole la lengua de manera lasciva, haciéndole morisquetas. Doña Lucía miró a los ojos de éste y de inmediato se le apareció un paisaje muy extraño y se vio caminándolo como si nada. Justo en ese momento alguien por detrás la tomó del hombro y la sacudió con violencia y pudo volver en sí. Al reaccionar logró recordar las viejas oraciones de su abuela, se santiguó, lo miró a los ojos y lo señaló. Cuando terminó la oración se dio la vuelta y dejó al hombre todo confundido con el cuchillo tembloroso aun apuntando al aire.
Ese fue uno de los tantos combates que tuvo que enfrentar. Ya ella sabía que él sería su oponente en muchas otras batallas, por lo que se preparó a lo largo de toda su vida y se dispuso a conocer mejor a su enemigo. Una noche me contó que cuando era niña caminaba de día por un campo y lo pudo reconocer por primera vez. Junto a un árbol alguien estaba de pie y con su mano la saludaba. Cuando pudo observarlo mejor, notó que su silueta estaba rodeada por una sombra, y sus ojos eran dos agujeros profundos, entonces después apareció el rostro de un hombre apuesto que le sonreía. Ella lo ignoró y siguió su camino. Al pasar los años iba descubriendo que su presencia se podía camuflar. Aparecía en objetos y animales, o bien su llegada se revelaba a través de un presentimiento.
―Hay matas en las que él se esconde. ―Me contaba una tarde―. Por eso no hay que tenerlas en la casa. Hay que arrancarlas de raíz.
Sus historias se iban convirtiendo en una enciclopedia con acertijos, definiciones y consejos para evitarlo, así como guías para luchar contra él, en los casos extremos. Algunas de las matas que sin meditar ella arrancaba de su jardín, poseían flores hermosas. Doña Lucía tiene la creencia de que cuando un niño muy pequeño dice una mala palabra el infierno tiembla. Adora a los gatos. Ella asegura que estos animales pueden ver al “bicho ese”, y sólo ellos lo pueden enfrentar.
Doña Lucía siempre me cuenta las historias de su tío y de su papá. Ellos también habían tenido encuentros sorpresivos con él. Su tío Tista salió una tarde a cazar y después de perturbar una laguna que decía la gente estaba encantada, una sombra comenzó a perseguirlo hasta su casa. Durante varias noches lo llamaban por su nombre, o le tocaban a la ventana. Cuando dejó de escuchar la voz y los ruidos olvidó aquel suceso y una tarde volvió a cazar. Esa noche escuchó que alguien lo llamaba y pensó que era un conocido y al abrir la puerta se le apareció un espectro que le extendía los brazos. El pobre Juan Bautista cayó privado al piso y no pudo hablar en semanas.
―Los animales salvajes tienen dueños y hasta nombres olvidados… ―Me advierte Doña Lucía―; se lo digo muchacho, hasta las piedras tienen dueños y hasta los árboles guardan muchos secretos.
Muy tarde por la noche su papá caminaba por un bosque y tenía que pasar cerca de un río. En uno de los desvíos advirtió a un hombre que estaba escondido detrás de un árbol. Se encomendó a los santos y al pasar cerca le exclamó un saludo, pero éste no le respondió. Luego de un trecho, ya a punto de cruzar el río, se percató de que el hombre lo seguía y cuando menos lo pensó comenzó a atacarlo con unas enormes garras que tenía por manos. El padre de Doña Lucía se debatió por largo rato con aquello que no parecía ser humano. En varias ocasiones lograba tirarlo lejos de un golpe, la bestia corría en cuatro patas como un lobo, volvía a su forma humana y regresaba a atacarlo. En un momento tomó un enorme leño y le dio por las costillas. Aquella cosa emitió un chillido de dolor y rodó hasta el río. Relinchó por un rato en el agua y después se sentó y comenzó a bañarse muy tranquilo. El señor Rafael sabía de sobra a quien se enfrentaba. Se persignó y comenzó las oraciones, y para que aquel espectro no lo siguiera tuvo que quitarse los pantalones y amarrárselos al cuello. Al llegar a la casa pidió a su esposa que no encendiera las luces porque lo habían espantado.
―A veces él también aparecía cuando todo estaba muy quieto. ―Me cuenta Doña Lucía―. Llegaba una tristeza no sé de dónde, y podía uno ponerse a llorar largamente. Otras veces, era la ira que reventaba en el pecho y en la cabeza, y me ponía como un toro y podía odiar todo lo que veía. Llegaban a la mente pensamientos atroces, como si uno fuese un ser despiadado, sin una chispa de compasión…
Con el pasar del tiempo fui comprendiéndolo todo. Cada historia suya me fue preparando para mi combate. Comencé a respetar a los animales salvajes, a ir reconociendo sus nombres secretos. Cada piedra era el rastro de una escritura antigua, oculta, que la misma tierra iba labrando con el pasar del tiempo. Los árboles me fueron revelando el ritual del viento, así como también la marca del día y la noche en sus hojas.
― Hijo mío… ―Me dice Doña Lucía con ternura ―; …después de tanto caos, lo que salva a uno y a todo alrededor, es un abrazo sincero.
III
La última de todas esas historias que voy contar, es intrincada, sombría y extraña como un sueño. Se puede contar cuando todo deja de ser tan oscuro y llega al fin la mañana; cuando la última pesadilla se disipa y se queda uno con los temblores y el miedo. A esa hora me levanto de la cama, miro el espejo y busco esa mirada que tiembla oculta allí, no sé en qué lugar.
Yo, como muchas otras personas tuve que enfrentarlo a él. En muchos sueños, en numerosas visiones, a través de todas esas miradas, a lo largo de muchas vidas. Él clamó ser la historia turbulenta en versos todavía ocultos. Desde un comienzo y desde un fin. Nuestro combate fue, y aún sigue llevándose a cabo. Dentro y fuera. Siempre.
Ambos pudimos pintar sobre un lienzo oscuro la tempestad. Dimos con el título de nuestra historia cuando cayó la sombra, pues en la penumbra y en el caos se encuentra la voz infinita de todo lo existente. Se debe uno sumergir a tantas muertes para saberse vivo. Cuando encontré mi descenso, la verdadera cadencia de la caída aparatosa, supe en verdad de su rostro y me enfrenté a él, desde la primera pesadilla hasta la última.
Pude ver su estrella cuando aparece. En el primer parpadeo una suave música comienza y llega él a la cabecera del sueño, a buscar los rastros de la culpa. Revive cada página de una vida entera, porque debe conocerlo todo y así poder construir los espejos con la carne más viva y maltratada. Me pude ver tan vulnerable, confundido, aterrado. A pesar de que su rostro era afable, sabía que sólo eran las notas de la primera pesadilla. Comenzaba a reconocer su nombre mientras mis pasos me llevaban a uno de todos los espejos escondidos. La palabra vergüenza estaba escrita con letras rojas, y una sonrisa apareció con un dedo que me señalaba. La sangre fue corriendo y comenzaba a formar un gran río. Pequeñas esferas negras flotaban sobre un reloj detenido. Él estaba al fondo, siempre señalando hacia una esquina oscura. Muy cerca de mí una ventana se abría, y se mostraban los días y las noches que pasaban como hojas secas arrastradas por el viento.
Entonces un enorme bosque surgió. La noche y la lluvia lo teñía todo. Mis ancestros aparecieron junto a mí, cada uno con los sombreros del pueblo. Ellos eran una anciana y dos hombres que me acompañaron por un largo camino que llevaba a una montaña inmensa. Él, por su parte siempre nos seguía el rastro, detrás de cada árbol saludando, sentado en una roca se ponía a meditar. Llegamos a una casa muy grande en donde vivía una anciana con siente hijos ya adultos. El mayor de todos tenía la piel terriblemente lacerada y fumaba de una pipa; se mostraba siempre iracundo, andaba desesperado de un lugar hacia otro. Yo miraba desde lejos, con cuidado de que no me descubriese. En ese momento miré hacia atrás y una multitud me observaba. Cuando volví a mirar hacia la casa, el joven de la pipa me miraba muy de cerca con mucha rabia, mientras me lanzaba el humo al rostro. No me hizo daño, pero pude ver en su mirada todo el odio del mundo.
Él apareció de nuevo, señalando lejos de la casa. Dio un chasquido de dedos y la casa desapareció. Descubrí cerca de mi izquierda que un riachuelo pasaba. Una mujer estaba sentada en una roca y muy cerca de ella un niño estaba de pie y la miraba con atención. Cerca de ambos una flor extraña resplandecía. La anciana y los dos hombres que me acompañaban señalaron a la flor y seguimos caminando bajo un inclemente aguacero, siempre de noche. A los lados, animales enormes corrían en círculos, asechándonos, pero nunca se acercaron. Permanecimos largo rato debajo de un árbol mirando hacia la montaña. Entonces él apareció y comenzó a dibujar un círculo de sangre en el cielo y dejó todo sumido en una oscuridad profunda.
Las nuevas melodías comenzaron a ser más violentas. Las tonalidades de cada imagen más definidas y dolorosas. Su rostro lo comencé a ver más de cerca, y su mirada me llevaba a otras pesadillas mucho más caóticas. Yo nunca me resistí a cada embestida, pues un paisaje dentro de mí se iba creando con sus voces iniciales. Mi piel brotaba en heridas, cada hora estaba bañada de una fiebre interminable. Yo daba vueltas dentro de un círculo incendiado. Cuando todo se apagó me vi en mi cama alucinando nuevamente. Él entró sigilosamente a la habitación, la sombra le cubría todo su cuerpo. Cuando pude abrir bien los ojos, su rostro se reveló y estaba cubierto de espinas enormes y sangrantes. Su mirada se escondía, como un pozo frío y hondo. Me sonrió ampliamente y sacó su lengua. Me habló en su propio idioma, y cuando terminó su plática, escupió sin piedad sobre mi rostro. Yo sabía de la sentencia y me mantuve firme desde mi sendero secreto. Lo que él no sabía era que mis ancestros aún me acompañaban y desde sus abrazos sostenían mi cuerpo desgarrado. Yo colgaba de un hilo, pero sin miedo a caer, pues ya sabía de muchas otras caídas y ellos me sostenían siempre desde un abrazo sincero e irrompible.
Pasé el primer umbral con mi cuerpo muy débil. Él me hacía muecas desde una esquina. En el segundo umbral ya se había ido a dormir en su propia pesadilla. No tuve necesidad de decir su nombre, ni en esta ni en otra historia. Cuando llegué al último umbral, pude ver mi rostro en el espejo. Afuera su estrella brilla.