domingo, 24 de octubre de 2021













I

Armé una legión de animales protectores. No había dolores colgados en la ventana, ni reliquias profanadas. Esta casa terminaba el ritual de todos los olvidos. 
La brecha de una pared dejaba escapar la primera frase en escritura muda. Entonces comencé a mirar sus pausas, los sonidos hilvanándose en perpetua alegría. 
Me agaché al pie de un santuario, pues todo parece acto de confesión, acto de entrega. Lo supe hasta que la mañana abría sus ojos agitados. Afuera algo surgía.
Era solo el vuelo de un pájaro buscando su propia sombra.
















II

¿Y si lleváramos la cercanía de todas las heridas?... en alguna montaña podría mirar muy sereno el paisaje de un solo cuerpo, la sombra de una mañana. No tendría que guardar tanto miedo a la vida. Y en todos los conjuros despertaría las horas, el rápido aleteo de un pájaro nervioso. 
Con esta noche que guardo en la fiebre de una rosa nueva, traeré la lágrima, la palabra aun no dicha, todo sellado en un beso.
















III

Pude ver de lejos mi verdadera llegada. Fueron todas las tempestades sobre la piel y yo solo mirando fascinado por tanta destrucción. Vi ternura en el desgarro más siniestro y supe de todas las pesadillas juntas volando como pájaros ciegos sobre una tumba vacía. Me he visto rezando, sorteando mis sonrisas a los espejos que pronto comienzan a romperse. Mi imagen fragmentada completa el círculo, revive todas las voces. Desde aquí descubro mis habitaciones con sus puertas abiertas y entro a cada una como si fuese la primera vez. Termino contándole historias a los muertos y a quienes duermen. De pronto los barcos perdidos en mi mente van encontrando sus faros. En la playa alguien espera.














































Obras:


1

Título: De las pequeñas revelaciones

Técnica: Lapicero sobre cartulina

Medidas:  30cm ×  35cm

Año: 2021


2

TítuloAmaneciendo

Técnica: Marcador sobre cartulina

Medidas 21cm ×  13cm

Año: 2021

   




















domingo, 18 de julio de 2021

Artista invitado NELSON HENRIQUEZ “NEL”











Espacios de la inocencia


Nelson es un artista visual Venezolano que reside actualmente en Ecuador. Ha realizado estudios de diseño gráfico y artes gráficas artesanales (serigrafía, grabado, litografía). Comienza su proceso creativo a los 20 años. Sus técnicas abarcan el dibujo y la pintura sobre lienzo, cartón, madera y otros tipos de soporte. 

En esta oportunidad nos muestra una serie de pinturas que han sido trabajadas sobre madera. En su proceso inicial realizó un boceto y luego intervino sobre cada superficie para lograr así relieves y texturas. Seguido a esto integró la gama de colores y formas que completarían su obra. En cuanto a la técnica empleada trabajó la mixta sobre madera y en cada una predomina un color que abarca la totalidad del cuadro. De esta manera el color que impera en cada propuesta se va degradando en diferentes tonalidades, y dicho efecto le da el protagonismo a la silueta.



Título: Sofía

Técnica: Mixta sobre madera

Medidas55 cm × 80 cm

Año: 2015



Podemos disfrutar de una serie de retratos de niños que miran de frente. Algunos cuerpos muestran contornos que se sugieren en el espacio al punto de parecer emerger con el resto de las formas y texturas. Mas que retratos, el interés del artista parece recrear el mundo de las emociones ocultas en el discurso de lo olvidado, la inocencia vulnerada y el tiempo que parece devorar una imagen quebradiza.

En palabras de su creador, el eje central ha sido la de indagar en el mundo simbólico e interior de los niños desamparados. Sus posturas y maneras de mirar nos sugieren cierta fragilidad que gravita entre el abandono, la espera y la nostalgia.



Título: Sin título

Técnica: Mixta sobre madera

Medidas: 60 cm × 40 cm

Año: 2020




Título: Dante

Técnica: Mixta sobre madera

Medidas: 1 mt × 70 cm

Año: 2015




Las posturas nos ponen en evidencia estados de ánimos en donde se conjuga un tiempo que parece fragmentarse en una atmósfera llena de intriga y melancolía. 

Nos van narrando así historias que traen a colisión las posibles angustias y alegrías de los infantes. La pureza y lo siniestro se mezclan en un aura de soledad, dejando al descubierto las miradas expectantes que observan silenciosamente un mundo vacío y rutinario.



Título: Sin título

Técnica: Mixta sobre madera

Medidas: 60 cm × 90 cm

Año: 2020






Nelson Henríquez “Nel” nace en Caracas el 18 de agosto de 1978. Realizó estudios de diseño gráfico en el Iutirla, Caracas. Ha realizado cursos y talleres de fotografía, artes gráficas artesanales (serigrafía, grabado, litografía). Participó en la X Bienal Miniatura Gráfica, Homenaje a Gerd Leufert (Sala CAF). Realizó la Muestra colectiva “Realidad dual” en la Red de arte- Trujillo. Participó en la XV Bienal de Miniaturas gráficas, homenaje a Alejandro Otero, (2011) (Sala CAF). Muestra Colectiva 4F, (2012, Museo Jacobo Borges. Caracas).

Sus participaciones a través del Museo de Arte Popular Salvador Valero (Estado Trujillo) son las siguientes: VI Muestra Plástica Trujillana (2004), Muestra Plástica “Arte y plegaria a nuestra señora de la paz”, IX Bienal de Arte Popular (2007), III Encuentro de Arte Corporal. “El cuerpo en la plástica Trujillana”, “Mitología e imaginario”, X Bienal de Arte Popular (2010), “Vírgenes y Santos” (2018). 

Su trabajo visual también abarca propuestas digitales, y las podemos encontrar junto a otras de sus obras a través de sus redes sociales:

Instagram:@nel_henriquez 


Youtube: Nel Henríquez artista plástico

Tik tok:@nelhenriquez 



domingo, 1 de noviembre de 2020

Él (Relato)











    Pude llegar ileso hasta el último umbral sin necesidad de pronunciar su nombre. Luego me puse a mirar tranquilamente la luz que aun resplandecía, pues su estrella brillaba lejos. Siempre es la primera en asomarse en el firmamento y la última en desaparecer. 



II 

    Hay historias que uno deja para contar de último o sólo es pretexto para no contarlas. En su momento contaré la mía desde la primera pesadilla, quizá en un intento por darle orden y no dejarla gravitando en mi memoria como una estrella moribunda. Comenzaré por algunas de las que Doña Lucía siempre ha tenido dispuestas para cada momento. Estoy seguro de que todo lo que cuenta deja una huella imborrable en las personas. Me ha dicho cosas como que a los enemigos hay que mirarlos a los ojos fijamente, tenerlos bien medidos; que los espejos que no queremos mirar hay que enfrentarlos a una hora determinada. Siempre me aconseja que debo estar atento y echar un vistazo en las esquinas oscuras por si alguien está asechando, no importa si uno tiemble de miedo. Una vez conversamos solos en el patio y me dijo que antes de ciertos combates hay que caminar mucho en soledad, para conocerse desde lo más profundo, no vaya a ser que cuando se mire por primera vez a los ojos del oponente, uno se pierda sin darse cuenta. 

En la casa no se le ocurra decir su nombre, ―me decía Doña Lucía―; a ése se le dice “el bicho ese”, pero cuando uno lo tenga enfrente, se le llama tal cual, por su nombre, sin ningún miedo

    Y así lo hizo ella. Con el valor de mil hombres concentrado en el pecho de una frágil anciana, enfrentó esa noche a un hombre que la apuntaba con un cuchillo. Justo en ese momento él se manifestó al lado del hombre que la amenazaba. Él por su parte la miró con su sonrisa macabra, sacándole la lengua de manera lasciva, haciéndole morisquetas. Doña Lucía miró a los ojos de éste y de inmediato se le apareció un paisaje muy extraño y se vio caminándolo como si nada. Justo en ese momento alguien por detrás la tomó del hombro y la sacudió con violencia y pudo volver en sí. Al reaccionar logró recordar las viejas oraciones de su abuela, se santiguó, lo miró a los ojos y lo señaló. Cuando terminó la oración se dio la vuelta y dejó al hombre todo confundido con el cuchillo tembloroso aun apuntando al aire. 

    Ese fue uno de los tantos combates que tuvo que enfrentar. Ya ella sabía que él sería su oponente en muchas otras batallas, por lo que se preparó a lo largo de toda su vida y se dispuso a conocer mejor a su enemigo. Una noche me contó que cuando era niña caminaba de día por un campo y lo pudo reconocer por primera vez. Junto a un árbol alguien estaba de pie y con su mano la saludaba. Cuando pudo observarlo mejor, notó que su silueta estaba rodeada por una sombra, y sus ojos eran dos agujeros profundos, entonces después apareció el rostro de un hombre apuesto que le sonreía. Ella lo ignoró y siguió su camino. Al pasar los años iba descubriendo que su presencia se podía camuflar. Aparecía en objetos y animales, o bien su llegada se revelaba a través de un presentimiento. 

Hay matas en las que él se esconde. ―Me contaba una tarde―. Por eso no hay que tenerlas en la casa. Hay que arrancarlas de raíz

    Sus historias se iban convirtiendo en una enciclopedia con acertijos, definiciones y consejos para evitarlo, así como guías para luchar contra él, en los casos extremos. Algunas de las matas que sin meditar ella arrancaba de su jardín, poseían flores hermosas. Doña Lucía tiene la creencia de que cuando un niño muy pequeño dice una mala palabra el infierno tiembla. Adora a los gatos. Ella asegura que estos animales pueden ver al “bicho ese”, y sólo ellos lo pueden enfrentar. 

    Doña Lucía siempre me cuenta las historias de su tío y de su papá. Ellos también habían tenido encuentros sorpresivos con él. Su tío Tista salió una tarde a cazar y después de perturbar una laguna que decía la gente estaba encantada, una sombra comenzó a perseguirlo hasta su casa. Durante varias noches lo llamaban por su nombre, o le tocaban a la ventana. Cuando dejó de escuchar la voz y los ruidos olvidó aquel suceso y una tarde volvió a cazar. Esa noche escuchó que alguien lo llamaba y pensó que era un conocido y al abrir la puerta se le apareció un espectro que le extendía los brazos. El pobre Juan Bautista cayó privado al piso y no pudo hablar en semanas. 

Los animales salvajes tienen dueños y hasta nombres olvidados… ―Me advierte Doña Lucía―; se lo digo muchacho, hasta las piedras tienen dueños y hasta los árboles guardan muchos secretos

    Muy tarde por la noche su papá caminaba por un bosque y tenía que pasar cerca de un río. En uno de los desvíos advirtió a un hombre que estaba escondido detrás de un árbol. Se encomendó a los santos y al pasar cerca le exclamó un saludo, pero éste no le respondió. Luego de un trecho, ya a punto de cruzar el río, se percató de que el hombre lo seguía y cuando menos lo pensó comenzó a atacarlo con unas enormes garras que tenía por manos. El padre de Doña Lucía se debatió por largo rato con aquello que no parecía ser humano. En varias ocasiones lograba tirarlo lejos de un golpe, la bestia corría en cuatro patas como un lobo, volvía a su forma humana y regresaba a atacarlo. En un momento tomó un enorme leño y le dio por las costillas. Aquella cosa emitió un chillido de dolor y rodó hasta el río. Relinchó por un rato en el agua y después se sentó y comenzó a bañarse muy tranquilo. El señor Rafael sabía de sobra a quien se enfrentaba. Se persignó y comenzó las oraciones, y para que aquel espectro no lo siguiera tuvo que quitarse los pantalones y amarrárselos al cuello. Al llegar a la casa pidió a su esposa que no encendiera las luces porque lo habían espantado. 

A veces él también aparecía cuando todo estaba muy quieto. ―Me cuenta Doña Lucía―. Llegaba una tristeza no sé de dónde, y podía uno ponerse a llorar largamente. Otras veces, era la ira que reventaba en el pecho y en la cabeza, y me ponía como un toro y podía odiar todo lo que veía. Llegaban a la mente pensamientos atroces, como si uno fuese un ser despiadado, sin una chispa de compasión… 

    Con el pasar del tiempo fui comprendiéndolo todo. Cada historia suya me fue preparando para mi combate. Comencé a respetar a los animales salvajes, a ir reconociendo sus nombres secretos. Cada piedra era el rastro de una escritura antigua, oculta, que la misma tierra iba labrando con el pasar del tiempo. Los árboles me fueron revelando el ritual del viento, así como también la marca del día y la noche en sus hojas. 

Hijo mío… ―Me dice Doña Lucía con ternura ―; …después de tanto caos, lo que salva a uno y a todo alrededor, es un abrazo sincero



III 

    La última de todas esas historias que voy contar, es intrincada, sombría y extraña como un sueño. Se puede contar cuando todo deja de ser tan oscuro y llega al fin la mañana; cuando la última pesadilla se disipa y se queda uno con los temblores y el miedo. A esa hora me levanto de la cama, miro el espejo y busco esa mirada que tiembla oculta allí, no sé en qué lugar. 

    Yo, como muchas otras personas tuve que enfrentarlo a él. En muchos sueños, en numerosas visiones, a través de todas esas miradas, a lo largo de muchas vidas. Él clamó ser la historia turbulenta en versos todavía ocultos. Desde un comienzo y desde un fin. Nuestro combate fue, y aún sigue llevándose a cabo. Dentro y fuera. Siempre. 

    Ambos pudimos pintar sobre un lienzo oscuro la tempestad. Dimos con el título de nuestra historia cuando cayó la sombra, pues en la penumbra y en el caos se encuentra la voz infinita de todo lo existente. Se debe uno sumergir a tantas muertes para saberse vivo. Cuando encontré mi descenso, la verdadera cadencia de la caída aparatosa, supe en verdad de su rostro y me enfrenté a él, desde la primera pesadilla hasta la última. 

    Pude ver su estrella cuando aparece. En el primer parpadeo una suave música comienza y llega él a la cabecera del sueño, a buscar los rastros de la culpa. Revive cada página de una vida entera, porque debe conocerlo todo y así poder construir los espejos con la carne más viva y maltratada. Me pude ver tan vulnerable, confundido, aterrado. A pesar de que su rostro era afable, sabía que sólo eran las notas de la primera pesadilla. Comenzaba a reconocer su nombre mientras mis pasos me llevaban a uno de todos los espejos escondidos. La palabra vergüenza estaba escrita con letras rojas, y una sonrisa apareció con un dedo que me señalaba. La sangre fue corriendo y comenzaba a formar un gran río. Pequeñas esferas negras flotaban sobre un reloj detenido. Él estaba al fondo, siempre señalando hacia una esquina oscura. Muy cerca de mí una ventana se abría, y se mostraban los días y las noches que pasaban como hojas secas arrastradas por el viento. 

    Entonces un enorme bosque surgió. La noche y la lluvia lo teñía todo. Mis ancestros aparecieron junto a mí, cada uno con los sombreros del pueblo. Ellos eran una anciana y dos hombres que me acompañaron por un largo camino que llevaba a una montaña inmensa. Él, por su parte siempre nos seguía el rastro, detrás de cada árbol saludando, sentado en una roca se ponía a meditar. Llegamos a una casa muy grande en donde vivía una anciana con siente hijos ya adultos. El mayor de todos tenía la piel terriblemente lacerada y fumaba de una pipa; se mostraba siempre iracundo, andaba desesperado de un lugar hacia otro. Yo miraba desde lejos, con cuidado de que no me descubriese. En ese momento miré hacia atrás y una multitud me observaba. Cuando volví a mirar hacia la casa, el joven de la pipa me miraba muy de cerca con mucha rabia, mientras me lanzaba el humo al rostro. No me hizo daño, pero pude ver en su mirada todo el odio del mundo. 

    Él apareció de nuevo, señalando lejos de la casa. Dio un chasquido de dedos y la casa desapareció. Descubrí cerca de mi izquierda que un riachuelo pasaba. Una mujer estaba sentada en una roca y muy cerca de ella un niño estaba de pie y la miraba con atención. Cerca de ambos una flor extraña resplandecía. La anciana y los dos hombres que me acompañaban señalaron a la flor y seguimos caminando bajo un inclemente aguacero, siempre de noche. A los lados, animales enormes corrían en círculos, asechándonos, pero nunca se acercaron. Permanecimos largo rato debajo de un árbol mirando hacia la montaña. Entonces él apareció y comenzó a dibujar un círculo de sangre en el cielo y dejó todo sumido en una oscuridad profunda. 

    Las nuevas melodías comenzaron a ser más violentas. Las tonalidades de cada imagen más definidas y dolorosas. Su rostro lo comencé a ver más de cerca, y su mirada me llevaba a otras pesadillas mucho más caóticas. Yo nunca me resistí a cada embestida, pues un paisaje dentro de mí se iba creando con sus voces iniciales. Mi piel brotaba en heridas, cada hora estaba bañada de una fiebre interminable. Yo daba vueltas dentro de un círculo incendiado. Cuando todo se apagó me vi en mi cama alucinando nuevamente. Él entró sigilosamente a la habitación, la sombra le cubría todo su cuerpo. Cuando pude abrir bien los ojos, su rostro se reveló y estaba cubierto de espinas enormes y sangrantes. Su mirada se escondía, como un pozo frío y hondo. Me sonrió ampliamente y sacó su lengua. Me habló en su propio idioma, y cuando terminó su plática, escupió sin piedad sobre mi rostro. Yo sabía de la sentencia y me mantuve firme desde mi sendero secreto. Lo que él no sabía era que mis ancestros aún me acompañaban y desde sus abrazos sostenían mi cuerpo desgarrado. Yo colgaba de un hilo, pero sin miedo a caer, pues ya sabía de muchas otras caídas y ellos me sostenían siempre desde un abrazo sincero e irrompible. 

    Pasé el primer umbral con mi cuerpo muy débil. Él me hacía muecas desde una esquina. En el segundo umbral ya se había ido a dormir en su propia pesadilla. No tuve necesidad de decir su nombre, ni en esta ni en otra historia. Cuando llegué al último umbral, pude ver mi rostro en el espejo. Afuera su estrella brilla. 









jueves, 15 de octubre de 2020

Paisaje con triple herida (Relato)








Una noche conversábamos tranquilamente. La brisa fría entraba por la ventana y comenzaba a caer una llovizna. Nuestro tema de conversación era sobre el inicio de las ideas, la génesis de todo lo que lleva a un artista- en este caso un dibujante-, a crear una obra. Al comienzo me divertía al oponerme ante sus argumentos de forma deliberada; él por su parte se exasperaba, quedaba en silencio, luego caía en cuenta de mi juego y mostraba una sonrisa irónica. Entonces retomé el tono serio de nuestra charla. Le comenté que el proceso de creación podría iniciarse con el vacío, con la nada; todo un universo surge poco a poco y dicho paisaje se inicia disperso, fragmentado, a través de complejos códigos para no ser descubierto tan fácilmente. Él asentía y agregaba que la gran incógnita del asunto es la revelación de la idea y en qué punto toma verdadera forma. Infinitas posibilidades se disponen en un papel en blanco, el lápiz tembloroso cerca de la superficie y presto a deslizarse y crear líneas. La mente va descifrando dichos códigos ocultos en un espacio oscuro y lejano. Tuvimos un breve silencio, como asimilando dichos argumentos. Entonces comencé a comparar el espacio de las ideas con una habitación oscura con alguien dentro que la recorre, al principio temeroso tratando de reconocer el lugar. A tientas y con pequeños tropiezos va deduciendo la forma de un objeto aquí, luego asumiendo una pared por allá. Al poco rato aparece una vela con una luz muy débil que va revelándolo todo. El panorama se aclara y ve allí la idea cerca de una esquina, como un indefenso animal que tiembla. Se acerca con mucho cuidado, corriendo el riesgo de que abra unas alas inmensas y escape de la habitación. Pero nada de eso sucede. Llega lentamente hasta ella y la acaricia. La observa con ternura por largo rato hasta comprender su verdadera naturaleza. Finalmente la toma y se la lleva.

En ese momento un fuerte trueno interrumpió la historia y notamos que afuera la llovizna se convertía en lluvia y el frío en la habitación se intensificaba. Me levanté, corrí un poco las cortinas y seguimos conversando. Él suponía que una idea puede nacer de algo previamente concebido. Es decir que dichas ideas pueden ser pequeños embriones que se van gestando sin que lo sepamos. Dolor, alegría, rabia, soledad, tristeza... Quedamos en silencio por un breve rato escuchando cómo la lluvia caía con más fuerza. Entonces tomé uno de los dibujos que había trabajado esa tarde y se lo mostré. Por su parte lo miró con mucha tranquilidad por un buen rato. Me preguntó cómo se llamaba. Le dije que siempre me ha costado designarle un título a mis trabajos; (Acepto la culpa de dejarlos anónimos). Entonces me propuso el nombre de Paisaje con triple herida. Lo miré incrédulo; nada le dije.

Luego comenzó a darme lo que quizá era su interpretación: "Veo un paisaje con una triple herida. Hay un ojo casi en el centro de su propia noche, cuando los dolores y los miedos llevan a sus altares profanos las ofrendas de los labios. El ojo mira desde un lugar olvidado, se mira a sí mismo en su noche atormentada y luminosa. Veo hilos negros que desean coser las heridas cuando la mañana al fin llegue. Hilos que en otros tiempos han tejido el cuerpo de su propio dolor. Hay un árbol siniestro que parte la noche en tres cantos mudos. Te veo también a ti, oculto detrás de unos arbustos secos. Veo la mueca de tu propia pesadilla, la sonrisa en la punta del lápiz, el papel en una espalda maltratada y quemada... Un paraíso que besa a quien desde hace rato ya duerme". Sonreí y le agradecí por dicha apreciación, y por toda la conversación que habíamos tenido. Le aseguré que se me sumaban interrogantes y temas para seguir reflexionando. Entonces, de nuevo el silencio se hizo presente con mucho mas peso. Afuera había dejado de llover.

domingo, 6 de septiembre de 2020

La Ira y la Compasión




 




Un día conversaban la Ira y la Compasión. Se encontraron en el mismo lugar que hace mucho tiempo acordaron como el punto medio de sus dominios. Estaban preocupadas por la situación de lo que hasta entonces había sido el hogar de ambas: la mente de un artista. 

―Mira allá a lo lejos ―señaló la Ira―, todo eso parece ser la idea para una nueva pintura, pero no veo nada definido. Y debo decirte, que a pesar de que soy la que domina la rabia y el desastre, todo eso me causa un enorme temor. 

Los horizontes andaban moribundos, levitaban desorientados, sin una línea continua, firme. Eran pequeños hilos intermitentes que iban confundidos, añorando ser una línea completa. Las montañas se enrollaban y formaban horrendas muecas. Sus antiguas formas se habían convertido en cuerpos amorfos, intentos fallidos de paisajes. La Compasión miró horrorizada cómo el cielo que una vez ella había creado, se tornaba fragmentado y veía que por sus grietas se colaban líquidos oscuros que bajaban y subían a la vez. Una luna casi enferma deliraba en un centro palpitante, se miraba a sí misma muy triste, buscaba en su punto lejano su propia ausencia; todos decían que había enloquecido. Lo que en antaño fue una vegetación viva, hoy son figurillas graciosas, dispersas y volátiles que buscan su permanencia pacífica. Todo el paisaje de ensueño y calma, hoy pulula en absurdas formas que brotan de grietas y esquinas. 

En ese momento escucharon pasos y voces y pudieron divisar a lo lejos a otros personajes que las acompañaban en aquella mente. Pudieron reconocer a algunos y a otros no. Quizá esa era la causa de todo el desastre que presenciaban. Entonces comenzaron a recordar el día en que ambas se encontraron por primera vez. 

En aquel lejano tiempo, la Ira fue la primera en llegar, en los momentos más turbulentos por lo que pasaba el artista, y construyó así su imperio de caos y violencia. Al poco tiempo y de manera sorpresiva apareció la Compasión, irradiando su aura apacible en medio de aquel paisaje trastornado e hiriente. La Compasión miró muy tranquila a su alrededor y entendió de inmediato el reto que significaba la tarea a la que había sido encargada. Entonces ambas se miraron extrañadas y de esta manera comenzaron batallas interminables en aquel lugar de eterna contradicción. Un día se cansaron de sus faenas y pactaron el acuerdo de poseer cada quien una parte de aquella mente confundida. Aprendieron a ordenar las ideas y las imágenes que aparecían; también los sueños y pesadillas, así como las emociones y los impulsos, y almacenaron todo en estanterías y archivos, de modo que toda la información sirviera para las pinturas que el artista se dispusiera a elaborar. De esta manera transcurrieron los años y la Ira y la Compasión convivieron tranquilas bajo los términos que ambas se habían propuesto. La mente del artista fluía tranquila. Los episodios de hundimiento y arrebato eran controlados por la Ira, y los de ternura y armonía por la Compasión. Pero cierto día los límites que se habían fijado en ambos dominios comenzaron a desaparecer, y lo que antes fue un pacífico lugar para las dos, comenzó a ser una amenaza. 

Sin embargo, no se angustiaron por aquellos nuevos tiempos. Se convencieron de que aquel desconocido y pintoresco paisaje era necesario para el artista, y ambas sabían que la inteligencia que poseía éste, le ayudaría a aprovechar las contradicciones que generaban la presencia de esos nuevos inquilinos.

martes, 18 de agosto de 2020

Primer viaje






Hace mucho tiempo fui a tierras lejanas y mi regla fue dejar mi nombre atrás. Al comienzo sabía que abandonar la casa y las tierras que conocía desde muy pequeño no iba a ser tarea fácil. Fui reconociendo la vieja piel de mi existencia. Encontré en cada marca y en cada lunar lo que se me había contado en los tiempos de vidas pasadas. Mi nombre lo dispuse en las corrientes de un río y lo dejé ir sobre una hoja seca. Me levantaba muy temprano y guardaba los primeros aromas de la tierra, las flores que nacían en la madrugada, los secretos de cada piedra que encontraba. Entonces comencé a preparar y a reunir mis provisiones para mi primer viaje: corteza de antiguos árboles para las fiebres, algunas semillas y tallos para los mareos, ungüentos para llagas y moretones, y raíces secas para los temblores y miedos. Escribí en un papel las frases para el ayuno junto a las sentencias y oraciones para las horas de peligro. Tomé mi liviano equipaje, mi sombrero, me despedí de todos y me dispuse a partir. Cuando di esos primeros pasos, no miré lo que dejaba a mis espaldas. Estaba consciente de que no había problema en cómo me llamarían luego, pues cada cicatriz y herida abierta que llevara dirían mi nuevo nombre por sí solo. Tres noches de silencio, dos días de sed, un día para llorar: esos fueron mis dictámenes. Lo demás se me iría mostrando en las ramas más altas, en las formas de las montañas y en las constelaciones. Cuando llegué al lugar acordado me acosté sobre una enorme roca, dejé que las noches dibujaran designios sobre mi espalda y escribieran presagios en los recuerdos que hasta ese momento habían logrado sobrevivir. Esperé bajo la lluvia varios días. Estuve sentado en silencio cerca de los árboles. Tuve dos sueños y en cada uno vinieron a visitarme. En el primer sueño me vi en una cueva y vino a mí un pájaro negro, me mostró sus alas y a través de su mirada conversamos largo rato. Al irse me dejó una de sus plumas y unas semillas que no logré reconocer. En el segundo sueño apareció en la misma cueva un perro hambriento, se echó a mi lado y le di de mi comida. Noté desde un principio que sobre su pelaje iba apareciendo una extraña caligrafía que pude descifrar con facilidad. Luego se apartó y desapareció. Esa mañana al despertar pude escuchar de nuevo todo lo que me habían contado en los dos sueños, imaginé claramente las frases y los dibujos. Entonces elaboré los mapas infinitos para mi nuevo regreso.

miércoles, 1 de julio de 2020

La vara del conjuro final (Relato)








    Las cucarachas habían sido un maleficio en casa. De eso estaba segura la tía Carmen, quien muy ingenuamente mostraba su habilidad en detectar los malos augurios, y a pesar de ser la menor, era de naturaleza siniestra. La tía Eulalia; la del medio, era quien manejaba las esencias y polvos, y a cada uno conocía sus propiedades para atraer y ahuyentar cosas. Temilda, la mayor y más sabia de las hermanas, propuso una vara gruesa a la que llamó La vara del conjuro final. Éste era el instrumento que le permitía matar a las cucarachas: una vara de madera maciza para aplastarlas con tal precisión y así asegurar el debilitamiento de tal brujería, magia negra, conjuro, o como se le quiera llamar.

    Anoche salí al patio trasero a cepillarme los dientes, como de costumbre a la misma hora. Tomé la tapara, la llené de agua y cerquita del árbol de mango me agaché con mi cepillo lleno de crema dental. Al botar el primer buche de agua vi a una cucaracha patas arriba y sin cabeza que movía sus patitas velozmente. Por un momento sentí dolor por ella, pero luego me dio mucha risa al verla cómo se movía de manera tan graciosa. Recuerdo que esa tarde mi tía Temilda la acorraló al final del pasillo. Con la mirada fija sobre ella levantó la vara y la dejó caer. Pude observar cómo la mitad de su cuerpo salió disparada dejando salir una sustancia amarillenta y viscosa. Mi tía Eulalia tomó la escoba y con una sonrisa de triunfo la batió al patio. La pobre cucaracha tenía todas esas horas lanzando pataditas al aire, quizá adolorida e implorando ayuda. Sentí mucha pena por ella y por las que estaban amenazadas por la mortal vara.

Con nosotras nadie podrá... Ese trabajo de que lo tumbamos, lo tumbamos. —Comentaba ayer la tía Temilda en la sala. Todos la rodeábamos y escuchábamos sus historias y advertencias. Mi tía Temilda era la única que poseía el control absoluto de la vara; la encargada de dar muerte certera a la plaga. Recuerdo cómo una noche en un movimiento muy disimulado apuntó al suelo y luego escuché cómo se trituraba aquel pequeño cuerpo. Observaba casi riéndome el rostro de mi tía Temilda que hacía una mueca mientras afincaba cada vez más la vara, hasta que ésta perdía el equilibrio y se resbalaba dejando un camino amarillo con trozos de alas y patas. Un día miré atónito cómo apuntaba a otra cucaracha que subía con desgano por una pared. La vara llegó justo a su cuerpo y seguido a esto cayeron cristales negros al suelo. Ella sonrió y exclamó a sus hermanas: ¡Se está debilitando...! ¡el conjuro se está debilitando!

    Mi tía Eulalia era la que más ajetreaba en la cocina, y no sólo con la comida; también con largas preparaciones de pócimas y brebajes. Alguno que otro encargo le tomaba toda una noche de trabajo. Ella mantenía regado por toda la casa polvos rojos y azules, cintas de colores amarrados en los ganchos de las matas, cada uno con cierto número de nudos. Entierros en cada rincón de los jardines. Santos escondidos como guardianes bajo las piedras y botes de basura. Era muy cuidadosa con todo y nos aconsejaba siempre que no recibiésemos café en otras partes, porque hay personas que lo ensucian y a veces pueden leer nuestra vida en el fondo de la taza vacía. Ella confiaba plenamente en muchos de sus secretos. 

    Mi tía Carmen; la menor como ya lo dije, era muy callada, pero yo muchas veces la encontré hablando con los sapos y tutecas. Regañaba a las cucarachas y les decía con autoridad que estaban molestando y que debían irse de la casa. No dormía casi. Se la pasaba descalza de noche por los patios traseros tarareando canciones de cuna, contándole chistes a los bachacos. A veces miraba fijo a la luna o simplemente se quedaba paralizada mirando hacia algún rincón oscuro, como si esperase a que alguien saliera de allí. Eso me daba mucho miedo, entonces me iba corriendo de nuevo a mi cama. 

    Mi tía Temilda creía en la palabra final, lo dicho como un cumplido. Podía tomar la mano de cualquiera de nosotros y frunciendo las cejas iba leyendo cada arruga. Miraba a los ojos con un gesto maternal e indagaba en la pupila; entonces comenzaba a sonreír porque había descubierto algo muy oculto. Andaba por la casa firme y segura al tanto de todo lo que ocurría. Muchas veces la observaba cuando iba a buscar la vara en el mismo rincón en donde la dejaba. Se podía escuchar por toda la casa el primer golpe que daba en el patio, luego otro, y otro... Cuando ya nada se escuchaba me acercaba muy callado al patio y descubría los cuerpos descuartizados, otros que agonizaban mientras daban pataditas graciosas al aire. Mi tía Temilda en medio de esa multitud de muertes se mostraba imponente con la vara. 

    Durante esos días la vara cayó muchas veces sobre alguna cucaracha desprevenida. No daba tres pasos por algún pasillo o por algún patio sin ver despavorido a una cucaracha patas arriba o a varias despedazadas en algún rincón. A veces me las encontraba como estampillas en la pared. Cada vez que mi tía corría detrás de una, podía escuchar los pasos apurados de sus cuerpos, quizá con jadeo en busca de algún refugio. La vara muchas veces daba el primer golpe en la cabeza y la otra mitad del cuerpo comenzaba a dar brincos como un caballo desquiciado. Era la guerra declarada contra ellas y yo nada podía hacer. 

    Al terminar de cepillar mis dientes, con mucha lástima comencé a decirle cuánto lo sentía. La semi-cucaracha no me respondía, era de esperarlo. Miré a todos lados por si había alguien en el patio o detrás de mi. Temía a que alguna de mis tías descubriese que me estaba compadeciendo por las cucarachas. Tal sacrilegio merecía un buen castigo y no quería imaginarme cuál me hubiera tocado. La seguí mirando con tristeza y le dije que no se preocupara, que buscaría la manera de esconderle la vara a mi tía para que así les diese tiempo a las demás de escapar. De repente la cucaracha dejó de patalear y escuché unos pasos por las matas de limón. Estaba totalmente oscuro. Por un momento recordé a mi tía Carmen y en lo que hacía: esperar a que alguien apareciera de las sombras; aquello era escalofriante. Miré fijamente hacia los limones y tenía la certeza de que alguien estaba allí, pero nadie apareció. Todo era silencio y frío en el patio. 

    En ese momento vi a tres cucarachas que merodeaban muy cerca y sin preocupación alguna. Les dije que hicieran lo posible por buscar refugio mientras escondía la vara, y que avisaran a las demás del peligro, pero ninguna me hacía caso. Miré de nuevo hacia los limones con mucho más temor, porque estaba seguro de que alguien estaba allí observándome desde hace rato. No se por qué, pero imaginé que aparecían los ojos verdes de mi tía Carmen. La podía ver allí como siempre, descalza y con su cabellera larga y suelta, también paralizada, inexpresiva solo mirándome. 

    Entré de inmediato a la casa y corrí por los pasillos. La cocina era el lugar de la mortífera vara. Mientras andaba iba pensando en cómo esconderla. Pensé en amarrarla en la copa de algún árbol, ya que ninguna de mis tías tenía habilidades para treparlo; a menos que pudiesen volar como lo describen los cuentos de brujas. Otra opción era enterrarla en el fondo del patio, aunque mi tía Eulalia con su experiencia en los entierros pudiera detectarla al mirar la sopa en pleno hervor, porque es allí el lugar en donde descubre cosas ocultas, secretos y profecías. Muchas veces observé cómo le hablaba a la olla con sus ojos petrificados, al mismo tiempo que batía lentamente con una cuchara de palo.

    Al llegar a la cocina me quedé con la boca abierta al descubrir que la vara no estaba en su lugar. Me pregunté en qué momento mi tía Temilda la había tomado. Presentía que ya había escuchado desde su cama mi voz que le hablaba a las cucarachas. Comencé a temblar de miedo, entonces regresé al patio para contarles todo antes de que fuese tarde. Mis ojos helados y resignados vieron a las mismas tres cucarachas que andaban hace unos minutos destrozadas por todas partes. Me acerqué a uno de los cuerpos que tenía solo tres patitas aun en movimiento. Llorando me hinqué y le dije de nuevo que lo sentía, que lamentaba mucho todo aquello. Les expliqué que mis tías eran mas listas que yo y que ya nada podía hacer. De repente escuché detrás de mi la voz de mi tía Temilda que en medio de risas repetía: Ya nada podrás hacer... ya nada podrás hacer. Al darme la vuelta la miré a los ojos y vi cómo levantaba la vara sobre mi y la dejaba caer. Unas risas salieron de las matas de limón; era mi tía Carmen que siempre había estado mirándolo todo.


martes, 16 de junio de 2020

El árbol de Hada (Relato)






    Había un árbol en donde yo colgaba todos los dolores de Hada. Lo había inventado en un paisaje enrarecido, un paisaje para mirar una sola vez. No tenía otra opción que crear la imagen borrosa de lo que fue, el punto clave de una historia con sus últimas melodías. En aquel árbol repetía en sus ramas las noches de sus fiebres, los días de sus más hondos temblores. Algunos días miraba a Hada mientras mi mente palpaba en la oscuridad el filo de un cuchillo, escuchaba violines a los lejos, se escribía en una piel maltratada frases que no lograba comprender. Enterré muy profundo en la raíz de aquel árbol todos sus miedos, también mi propio miedo. Fui inventando en cada hoja las mañanas en donde encontraba su pureza, entregaba pequeñas flores a sus ramas, y en las noches le contaba a Hada todo acerca de su cielo y las aves que regresaban para buscar refugio. Lo se, ambos habíamos encontrado también el refugio en aquel árbol imaginado, y no solo era el secreto que surgía de lo caótico. Diría con certeza que era el paisaje para encontrar las nuevas melodías, recorrer el sendero de una profunda revelación. En medio de tanto colapso, de tantos cuidados y medicamentos me aferré a su tallo, rogando no volverme loco. Sus dolores tomaban otras dimensiones y lograba ver sus formas y sus colores. Una vez miré con detenimiento en todo aquello y en sus límites (si acaso ellos existían), descubrí a unos seres sin rostros que llevaban muchos instrumentos musicales. Me atreví a preguntarles qué hacían y a dónde iban con tales instrumentos. Todos se detuvieron al mismo tiempo y me miraron. Uno señaló al norte, otro al sur. Un tercero se atrevió a hablarme. Se acercó a mi y me contó que iban a hacer el gran concierto del último paisaje. Me aconsejó que me fuese preparando para todo lo que venía. Debo decir que temblé de miedo, porque sabía de qué estaba hablando. Sabía el nuevo giro en toda la historia de Hada y sabía que era inevitable. Los dos que señalaban al norte y al sur me dijeron a una sola voz que las melodías serían estridentes y violentas, al punto de rasgar la carne, de hacer trizas los sueños; al punto de evocar mares de lágrimas, de hacer insoportable los latidos de cualquier corazón fuerte. Esa mañana me levanté convencido del final para muchas historias, aunque no me atreviera a escribirlas. Le pedí al árbol las fuerzas para seguir sosteniendo su queja, su infinita esperanza, su aniquilación. Esa tarde preparé todo y me quedé en silencio con Hada, acariciándola con ternura, estando cada vez más consciente del calor de su cuerpo. Comenzaba a escuchar la música a lo lejos, y cuando al fin pude mirar, estaban todos allí en un círculo, tal y como me lo habían dicho; estaban ya creando las melodías de una despedida. Sí, Hada está muerta ya. Cuatro inyecciones fueron durmiendo sus días y sus noches, hasta que la última inyección letal traspasó su corazón de polo a polo, de norte a sur. La vi hecha sueño, con su música muda que hervía en mi pecho; una música tierna que se iba... que se iba.





miércoles, 3 de junio de 2020

La música es un santuario




Cuando yo tenía seis años de edad llevaba a cabo en casa una especie de ritual. Cada vez que alguien tomaba fotografías, le pedía que me hiciesen una con el tocadiscos detrás de mí. Colocaba sobre él todas las carátulas de mis discos LP preferidos (que para la época eran muy pocos), de tal manera que pudiesen salir también. Hoy miro algunas de esas fotografías y recuerdo aquello con nostalgia. El viejo tocadiscos de la sala siempre me acompañó con sus dos enormes cornetas y pasaba horas escuchándolo. Confieso que muchas veces lo prefería mas que a la televisión. Colocaba el disco en el plato, encendía el equipo y me disponía a accionar una pequeña palanca; entonces el disco comenzaba a girar, luego el brazo del tocadiscos despertaba, se levantaba lentamente y se posicionaba en el borde. Cuando la aguja tocaba la superficie en movimiento, hacía un breve ruido y a los pocos segundos la magia surgía. Miraba a la pequeña aguja haciendo su recorrido, leyendo las finas líneas. Cuando llegaba al centro se detenía y el brazo regresaba a su lugar. Yo tomaba el disco, le daba vuelta y la magia volvía a comenzar.

Las melodías surgían desde aquel recorrido circular. Yo estudiaba con sorpresa su mecanismo, me fascinaba el hecho de que una aguja era la encargada de emitir los sonidos. Miraba aquel espectáculo e imaginaba a la aguja solitaria que andaba por calles interminables. Sin embargo surgían algunas pequeñas catástrofes en mi ritual; cuando el disco estaba rayado la canción se quedaba pegada, entonces debía uno adelantar un poco la aguja para que así pudiese continuar. Desde ese momento aprendí a tratar con sumo cuidado la superficie de los discos, y a limpiarlos con delicadeza para luego guardarlos en un lugar seguro.

Debo decir que por aquellos años mi gusto musical no estaba aun definido y comenzaba a forjarse con todo lo que se me aparecía. Mis dos primeros discos fueron el del payaso Popy y el de una agrupación llamada Caifanes (con su famoso tema La negra Tomasa). Después me apropié de otros discos de la casa como el de la cantante mexicana Daniela Romo que pertenecía a mi mamá, dos de música instrumental de Richard Clayderman, otro de una agrupación de aquellos años llamada Los Bukisy recuerdo uno en especial de música de vaqueros.

Una mañana escuché una melodía en la radio que me hechizó por completo. A los muchos años después supe que se trataba del tema Joyride de la banda sueca Roxette. Esta agrupación fue la primera en colocarse en mi corta lista de bandas favoritas. Luego se sumó el disco de Laura Branigan que me regaló mi papá en caracas y el cual pertenecía a su extensa colección de discos. Este disco siempre me llevará a una noche particular, en donde junto a mi mamá, una tía y un primo bailamos la canción Self Control por todo el apartamento de mi abuela. Mi tía Ina simulaba ser una cantante y usaba como micrófono un cepillo de peinarse. Ella lideraba un concierto mientras nosotros la seguíamos frenéticos por todas partes. 

Me fui creando un santuario con toda la música que escuchaba y cada melodía era una oportunidad para llegar a espacios de infinita belleza. Mi papá influyó en todo el estilo musical que hoy en día me define y debo a él toda la pasión y el interés por indagar en los diferentes géneros musicales. Durante los años de mi niñez y adolescencia cuando viajaba a caracas disfrutaba de su colección de discos LP, en donde escuché por primera vez a Queen, Cyndi Lauper, Madonna, Michael Jackson, Sinéad O´Connor, y muchos otros artistas.

Al pasar los años el viejo tocadiscos comenzó a fallar y dejó de funcionar. Al poco tiempo mi mamá compró un pequeño equipo para casetes y mis discos LP pasaron a otro plano; si embargo a muchos de ellos los logré encontrar en este nuevo formato. Con los casetes tuve la maravillosa posibilidad de grabar las canciones que daban las emisoras y de esta manera mi colección de música comenzó a expandirse mucho más rápido. Comencé a escuchar La Mega Estación y sus buenos programas, sobre todo uno que hacía el conteo de un top de la 100 mejores canciones del año. Recuerdo también que en las noches no me perdía otro programa llamado Nuestro insólito Universo con la entrañable voz del locutor Venezolano Porfirio Torres, quien narraba historias y datos curiosos de todo tipo.

Pude grabar en los casetes muchos de estos programas y canciones, y luego los almacenaba en un cajón de madera muy cerca del equipo de radio. Aun conservo una pequeña libreta verde en donde anotaba los nombres de las canciones y programas; todos agrupados de acuerdo al nombre de cada casete. Música de artistas como No doubt, The cranberries, TLC, Aerosmith, Moby, All saints, Travis, Garbage, Lauryn Hill, Enigma, Savage garden, Alanis Morissette, U2, Red hot chili peppers, The verve, R.E.M., Sheryl Crow, Tori Amos, The offspring, Natalie Imbruglia y muchos más...

Los casetes de VHS vinieron luego a acompañarme, y con ellos grabé de los canales de TV muchos vídeos musicales. Uno de esos primeros encuentros fue con un vídeo de la cantante irlandesa Enya. En aquel año ella había dedicado una canción al río orinoco, por lo que se hizo eco en todos los canales de TV del país. Ese día vi por primera vez el vídeo de su tema Orinoco flow. Ella salía cantando en medio del agua, rodeada de vegetación y animales, y un gigantesco barco velero pasaba muy cerca. En casa era una costumbre ver el noticiero del mediodía y cuando éste finalizaba dedicaban un segmento para mostrar un vídeo musical. Al pasar el tiempo aparecieron los CD y su sonido mucho más depurado, y de esta manera ya la música digital y el internet nos dieron infinitas posibilidades y el total acceso a toda la música del mundo. 

Pertenezco a esa generación que pudo disfrutar de las transiciones y formatos de la música. Me alegra tener tantas historias y anécdotas sobre cómo podía uno acceder a todo el material musical y la forma de escucharlo. El reproductor de música y la radio se convirtieron en un lugar especial para mí, en un santuario, en donde he podido viajar durante horas. Un espacio en donde puedo compartir con otras personas sonidos del mundo, visiones y sentimientos.